domingo, 29 de enero de 2012

Los papeles secretos de la División azul

Los papeles secretos de la División azul

LA GACETA reproduce la declaración jurada que hizo tras 11 años de cautiverio en la Unión Soviética. En 21 folios, inéditos hasta la fecha, narra la odisea de los 372 prisioneros de la División.

La gesta del capitán Teodoro Palacios, que luchó en la División Azul y pasó once años prisionero en el gulag soviético, después de ser capturado en Leningrado, ha sido popularizada por Torcuato Luca de Tena en Embajador en el infierno. Lo que nadie sabía hasta ahora es que el escritor se inspiró en la declaración jurada que hizo el capitán. LA GACETA saca ahora a la luz, después de 58 años, el relato de Palacios. Es un testimonio en primera persona de 21 páginas que apunta jugosos detalles omitidos por Luca de Tena.

La batalla en la que se vio envuelta la División Azul el 10 de julio de 1943 fue decisiva. El relato de los hechos, que hoy reproduce LA GACETA en la inédita declaración oficial de Palacios, así lo atestigua. Los combates entre rusos y divisionarios que se desarrollaron aquella mañana en las afueras de Kolpino, a una veintena de kilómetros de un Leningrado sitiado, están narrados por Luca de Tena. Sin embargo, en los documentos que hoy publicamos constan, hora a hora, los avances del Ejército soviético en su lucha por controlar y rebasar el frente encomendado a la División Azul. Así, con ese lento discurrir entre pérdidas de ametralladoras y munición escasa, el relato adquiere tintes dramáticos y produce una sensación agónica.

La declaración de Palacios a la izquierda y lo relatado por Luca de Tena a la derecha.


Durante la refriega, y a tenor de lo aparecido en la novela, la primera y segunda sección bajo el mando de Palacios se replegaron hacia una posición desde la que poder abatir al enemigo sin por ello ser rodeados por las muy numerosas tropas soviéticas. Fue un repliegue táctico, no una huida. En su declaración, Palacios recuerda que el repliegue fue “sin haber recibido órdenes mías”. Pero, lejos de criticar esta actitud, la justifica al “verse envueltas [las secciones] por un fuerte contingente enemigo”.

Los españoles eran ampliamente superados en número. Por cada divisionario que caía, decenas de rusos habían sido abatidos. Sin embargo, la situación seguía siendo desesperada. El capitán Palacios dio entonces la orden de “resistir hasta morir”. Gastarían hasta la última bala, como así fue. En 1954 explicaba en su escrito por qué no se retiró de la batalla a pesar de que resultaba evidente que estaba siendo rodeado por las tropas enemigas. Y es que consideraba que mantener su posición a toda costa implicaba “batir al enemigo por la espalda”, y “entretenía un fuerte contingente rojo, superior a dos batallones y evitaba, con ello, su progresión”. Además, “evitaba que esta [la carretera que unía Krasny Bor con Kolpino] pudiera ser empleada por el Ejército rojo para el transporte de numeroso material”.

Loa a José Castillo

Por otro lado, y ante sus superiores, Palacios recuerda el comportamiento ejemplar en combate de algunos de los hombres a su mando, mereciendo por ello “una distinción”, cosa a la que no hace referencia el libro Embajador en el infierno. Así, el capitán cree de justicia rescatar del olvido la bravura e inteligencia militar del alférez José del Castillo, “que no sólo cumplió todas cuantas órdenes le di, si no que, personalmente, tomó aceptables iniciativas e influyó sobre su tropa, con su presencia de ánimo, espíritu y moral”.

También menciona al sargento Ángel Salamanca “herido grave en ambos ojos, continuó combatiendo”; y al cabo Alfredo Carreño y a los soldados Victoriano Rodríguez y José Montaña, “heridos igualmente, continuaron la defensa hasta el último momento”.

No podían imaginar los españoles que la batalla del 10 de julio sólo iba a ser para ellos la antesala de un infierno que iban a sufrir durante 11 años a manos de la Unión Soviética, la gran cárcel del mundo. El capitán Palacios sufrió las primeras presiones nada más ser hecho prisionero: los soviéticos le interrogaron durante 45 minutos exigiéndole que, sobre unos mapas, situara el puesto de mando, el de socorro y el lugar donde tenían emplazada la artillería.

Contrainformación

En la declaración oficial, el capitán afirma: “Intentaron por todos los medios que señalase todo aquello que a ellos les interesaba y, sobre todo, la ‘línea del Ishora’, de la que yo había dicho que era la verdadera línea de resistencia y que el día anterior habían sorprendido solamente la línea de vigilancia”. Luca de Tena omite este detalle en su obra, así como que Palacios no dudó en “resaltar la alta moral y alto espíritu combativo de la División”, a pesar de su condición de prisioneros de guerra. »

»El relato Embajador en el infierno es exhaustivo al narrar sobre el vivir y sentir de los divisionarios durante su periodo de encarcelamiento en hasta 10 campos de prisioneros diferentes. Enfermedad, hambre, frío, agotamiento, juicios, presiones y amenazas eran el pan de cada día. No obstante, el capitán Palacios vivió situaciones que no constan en el libro y que sí declara a sus superiores, lo que hace que este inédito relato de los hechos resulte un jugoso documento histórico.

18 de julio, día festivo

El 1 de mayo de 1948, Palacios se encontraba en el campo de prisioneros de Jarkof. El jefe soviético quiso celebrar por todo lo alto el Día de los Trabajadores y, para ello, ordenó a los presos desfilar ondeando banderines rojos. Los detenidos de otras nacionalidades se sumaron al festejo, mas no así los oficiales españoles, que permanecieron en sus barracas, ajenos a todo. “Nos negamos, por supuesto”, zanja Palacios.

Hasta ahí la historia rubricada por Luca de Tena, aunque el capitán recuerda, tal y como revela LA GACETA, que, ante la insistencia de un oficial de guardia ruso que pretendió hacerles participar, no sólo se negó sino que le espetó: “Nosotros no tenemos inconveniente en celebrar la fiesta del trabajo, pero el día en que en España se celebra, no hoy precisamente, sino el 18 de julio”.

Los incidentes con los guardias y comandantes rusos eran constantes, así como con los desertores españoles.

A principios de 1953, Palacios vivió su último conflicto con el personal del campo de Rewda, cuya explicación enriquece en su declaración: los españoles fueron obligados a trabajar los domingos y, al negarse, el jefe del campo, de nombre Duetginov (alias Burán, por el ciclón que azota la estepa), se dirigió a Palacios en tono de amenaza y le dijo que en la Unión Soviética “la yerba también crece los domingos”, a lo que él replicó que “en España los sábados se apura más de la cuenta, para no tener que cortarla los domingos”. El incidente se solventó cuando, tal y como explica en su declaración, “Hermógenes Rodríguez reunió a los españoles y les dijo: ‘Sobre el capitán se cierne una grave amenaza, [...] nuestro deber es evitar que se cumpla esa amenaza y creo que debemos salir a trabajar los domingos. Yo saldré’. Todos los demás compartieron esta opinión y el problema quedó zanjado”.

A los pocos días, el 5 de marzo de 1953, moría Iosif Stalin, Pepito, El Bigotes, como le llamaban los españoles, y los divisionarios que aún restaban vivos –220 de 372– fueron liberados del gulag, llegando al puerto de Barcelona el 2 de abril de 1954, a bordo del Semíramis. Habían sobrevivido al infierno.

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